Entonces Jesús fue desde Galilea hasta el Jordán y se presentó a Juan para ser
bautizado por él. Juan se resistía, diciéndole: "Soy yo el que tiene
necesidad de ser bautizado por ti, ¡y eres tú el que viene a mi
encuentro!".
Pero Jesús le respondió: "Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así
cumplamos todo lo que es justo". Y Juan se lo permitió.
Apenas fue bautizado, Jesús salió del agua. En ese momento se abrieron los
cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y dirigirse hacia
él. Y se oyó una voz del cielo que decía: "Este es mi Hijo muy
querido, en quien tengo puesta toda mi predilección".
Meditación del
Papa Francisco
¿Quién puede darnos esto? En el Evangelio
escuchamos la respuesta: Cristo. "Éste es mi Hijo, el escogido,
escúchenlo". Jesús nos trae a Dios y nos lleva a Dios, con él toda nuestra
vida se transforma, se renueva y nosotros podemos ver la realidad con ojos nuevos,
desde el punto de vista de Jesús, con sus mismos ojos.
Por eso hoy les digo a cada uno de ustedes:
"Pon a Cristo" en tu vida y encontrarás un amigo del que fiarte
siempre; "pon a Cristo" y vas a ver crecer las alas de la esperanza
para recorrer con alegría el camino del futuro; "pon a Cristo" y tu
vida estará llena de su amor, será una vida fecunda. Porque todos nosotros
queremos tener una vida fecunda. Una vida que dé vida a otros.
Hoy nos hará bien a todos que nos preguntásemos
sinceramente, que cada uno piense en su corazón: ¿En quién ponemos nuestra fe?
¿En nosotros mismos, en las cosas, o en Jesús? Todos tenemos muchas veces la
tentación de ponernos en el centro, de creernos que somos el eje del universo,
de creer que nosotros solos construimos nuestra vida, o pensar que el tener, el
dinero, el poder es lo que da la felicidad. Pero todos sabemos que no es así. (S.S.
Francisco, 25 de julio de 2013).
Reflexión
En más de una ocasión he escuchado estas palabras:
"A nuestro hijo no lo vamos a bautizar porque no queremos imponerle nada;
mejor, cuando crezca, que él escoja qué religión quiere tener". La verdad,
es una grandísima pena que haya padres católicos que piensen así porque, además
de reflejar su escasa formación religiosa, hacen ver con esos comentarios que
no tienen ni idea de lo que es realmente el bautismo. Si dicen que no quieren
imponer la fe a sus hijos, entonces, ¿por qué no les preguntaron también si querían
venir a esta vida o no, si querían nacer o preferían no haber vivido nunca?
A lo mejor puede sonar esto un poco duro. Pero así
es. Los padres de familia que así piensan tal vez no se dan cuenta de que, al
igual que la vida es un don gratuito que se ofrece al hijo sin condiciones,
sólo por amor, con el bautismo sucede algo bastante semejante. La fe es un
inmenso regalo, un don de Dios de un valor incalculable, y los padres –si son
de verdad cristianos— consideran que es la mejor herencia que pueden dar a sus
hijos. Es como si un señor muy rico quisiera regalar a un niño un millón de
dólares y sus padres se opusieran rotundamente dizque para no “obligar” a su
hijo a recibir algo sin su consentimiento. ¿Verdad que sería el absurdo más
grande del mundo, aunque se hiciera en nombre de una supuesta
"libertad"?
Cuentan que san Luis, rey de Francia, cuando
alguno de sus hijos pequeños recibía el bautismo, lo estrechaba con inmensa
alegría entre sus brazos y lo besaba con gran amor, diciéndole: "¡Querido
hijo, hace un momento sólo eras hijo mío, pero ahora eres también hijo de
Dios!". El apóstol san Juan se expresa así, con inmensa emoción:
"Mirad qué gran amor nos ha mostrado el Padre para llamarnos hijos de
Dios. ¡Y lo somos realmente!" (I Jn 3,2). Y un poco más adelante dice
también: "Quien ha nacido de Dios no peca, porque la semilla de Dios está
en él, y no puede pecar" (I Jn, 3,9).
El Evangelio de hoy nos narra el bautismo de
Cristo, y nos dice san Mateo que, apenas Jesús fue bautizado, "se abrió el
cielo y vio que el Espíritu Santo bajaba como una paloma y se posaba sobre Él.
Y vino una voz del cielo que decía: Éste es mi Hijo, el amado, mi
predilecto”". Es entonces cuando el Padre da ante el mundo ese maravilloso
testimonio a favor de Cristo, ratifica solemnemente la condición divina de
Jesús e inaugura con su sello la misión que su Hijo estaba para iniciar sobre
la tierra.
Jesús es el Hijo eterno del Padre, el Hijo por
naturaleza, el predilecto por antonomasia. Pero también nosotros, por una especialísima
dignación de Dios y una predilección de su amor, a través del bautismo, también
quedamos constituidos "hijos en el Hijo" y llegamos a ser hijos de
Dios por adopción.
El bautismo es, pues, el sacramento por el que
nacemos a la vida eterna y el que nos abre las puertas del cielo. El mismo Juan
nos refiere en su evangelio aquellas profundas palabras que dirigió Jesús a
Nicodemo: "En verdad te digo que quien no naciere del agua y del Espíritu,
no podrá entrar en el reino de los cielos. Lo que nace de la carne, es carne;
pero lo que nace del Espíritu, es espíritu" (Jn 3, 5-6).
Después de las hermosas fiestas navideñas que
todos hemos podido pasar estos días en familia, hoy la Iglesia quiere
celebrando con todos sus hijos la fiesta del bautismo del Señor. De esta forma,
así como Cristo inició su vida pública con su bautismo, nosotros ahora
iniciamos nuevamente la vida "ordinaria" recordando y reviviendo el
bautismo del Señor.
Pero no es sólo una celebración para iniciar el
tiempo ordinario. La Iglesia, como buena Madre, quiere atraer nuestra atención
hacia las verdades más esenciales y fundamentales de nuestra vida. Nos remonta
hasta los orígenes de nuestra fe.
Se cuenta que san Francisco Solano, siendo ya
religioso franciscano, fue un día a visitar su pueblo natal de Montilla, en
España. Y, entrando a la iglesia de Santiago, en donde había sido bautizado, se
fue derecho a la pila bautismal, se arrodilló en el suelo con la frente apoyada
sobre la piedra y rezó en voz alta el Credo para dar gracias a Dios por el don
de su fe. Algo casi idéntico repitió Juan Pablo II, cuando visitó Polonia por
primera vez como Papa, en el año 1979. Acudió de peregrinación a su natal
Wadowice y, entrando a la iglesia parroquial, encontró rodeada de flores la
pila bautismal donde fue bautizado en 1920. Entonces se arrodilló ante ella y
la besó con profunda devoción y reverencia. ¡Los santos sí saben lo que es el
bautismo!
Gracias a Dios, también nosotros hemos recibido
este don maravilloso. Pero, ¿cuántos de nosotros somos conscientes de este
regalo tan extraordinario y nos acordamos de él con frecuencia para darle
gracias al Señor, para renovar nuestra fe con el rezo del Credo y ratificar
nuestro compromiso cristiano? El Vaticano II nos recuerda que, por el bautismo,
todos los cristianos tenemos el deber de tender a la santidad y de ser
auténticos apóstoles de Cristo en el mundo: con nuestra palabra, nuestro
testimonio y nuestra acción. ¿Somos cristianos de verdad? ¿De vida y de obras,
y no sólo de nombre, de cultura o tradición?